En el suelo de Europa han
existido dos gigantes del mundo histórico, eclesial y más concretamente
místico: una española, Sta. Teresa de Ahumada; y un francés, San Bernardo de
Claraval. Ambos, aún siendo de épocas diferentes - ella del siglo XVI y él del siglo XII-, han
trazado un camino espi
ritual válido para el siglo XXI.
En este mes de agosto
celebramos la solemnidad de San Bernardo de Claraval. Este año con un motivo
añadido, el V centenario de Santa Teresa de Jesús. A pesar de la distancia que separa
en el tiempo, es evidente la gran semejanza entre estos dos monjes. Ella carmelita
de Ávila, y él monje del Císter en Borgoña.
Ambos
lucharon por encarnar un mensaje renovador de sus comunidades, renovador de la
Iglesia y, a la larga, transformador de la sociedad. Santa Teresa, desde su
humanidad y sentido común, reformando el Carmelo y extendiendo su
espiritualidad por toda España en las nuevas fundaciones. San Bernardo, recién
ingresado en la Orden de Cîteaux, se rebela contra las
costumbres de su propia Orden, alejadas del espíritu de pobreza evangélica.
Su dinamismo es tan excepcional y el influjo social de su orden en Francia es
tal que las comunidades cistercienses se desarrollaron dentro de la sociedad de
su tiempo y se mantuvieron por medio del cultivo de la tierra, trabajo que los
nobles y aristócratas no soportaban. Ambos reformadores han dejado testimonio
en sus tratados de espiritualidad, en sus cartas y en sus viajes, de cómo
afrontar grandes retos desde el evangelio y en la vida. La austeridad y pureza
de sus hábitos es un buen espejo para esta Europa plural y poderosa, pero
tantas veces sin ideas y resistente a la acogida; igualmente para una Iglesia
que mira demasiado a un líder, pero no termina de conectar con una sociedad de
prisas y de iniciativas, pero falta de reflexión y de espiritualidad.
Para
ninguno de los dos fue fácil abrir brechas de humanidad y de diálogo. Ambos se
encontraron en “tiempos recios”. Esto no les achicó. Todo lo contrario: les
impulsó para seguir transmitiendo con sus fundaciones, con sus cartas a
autoridades civiles y eclesiásticas un mensaje lleno de sabiduría para crecer
en humanidad y discreción.
La
humanidad renovadora bernardiana se plantea seriamente un interrogante
agustiniano: ¿qué es el hombre? Y
para ello escruta en sí mismo con la mayor sinceridad de que es capaz. Para él,
la doctrina del hombre está fundada y garantizada en la realidad estructural de
la libertad. En él no hay lugar para la esclavitud en ninguna de sus
manifestaciones por eso luchará en sus cartas por los pobres.
¿Sigue
vivo hoy el espíritu de estos dos gigantes europeos? El mensaje teresiano y
bernardiano se concreta en no tener miedo a abrir puertas y ventanas para salir
al encuentro del hombre. Para San Bernardo, se traduce en esa sabiduría que es
el arte de vivir y no de hacer cosas. Es decir, se puede vivir sin hacer muchas
cosas y se puede hacer muchas cosas sin vivir. El hombre actual, se mueve
mucho, hace muchas cosas, pero es un esclavo del sistema.
Otro
aspecto actual de San Bernardo es la libertad, pero no libertad de expresión,
si no de pensamiento. En su época y en la nuestra el poder se asegura de que no
tengamos libertad de pensamiento lo consiguen la publicidad, la educación que
el sistema quiere inculcar. Sin embargo, el ‘Doctor Melifluo’ nos llama a
educarnos en pensar en los fines de la vida, que no es en adquirir poder, si no
en satisfacción personal, en ser más lo que uno es.
Así,
con los ecos del centenario teresiano, la comunidad Cisterciense de San
Bernardo les invita a celebrar este año la solemnidad del ‘Doctor Melifluo’ con
una mirada humana. Dicha celebración comenzará con un triduo los días 18, 19
para concluir con la celebración solemne del día 20. Hora de inicio: 19.00h. ¡Os
esperamos!
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