1. La muerte de los santos vale mucho a los ojos del Señor, unas veces por su vida, otras por el motivo de su muerte y otras por ambas cosas juntas. La vida de los confesores que mueren en el Señor, hace valiosa su muerte. Y en los mártires, que mueren por el Señor, unas veces sólo les da valor el motivo de su muerte, y otras la causa y la vida juntamente. Sin duda alguna, es maravillosa una muerte avalada por toda una vida; todavía más la provocada por una causa suprema; y por encima de todo, la muerte que corona la vida y la causa de su sacrificio.
2. Vale mucho a los ojos del Señor la muerte de sus santos. Tres cosas hacen santo a un hombre: la sobriedad de la vida, la rectitud de sus acciones y el fervor de espíritu. Una conducta sobria nos pide vivir en continencia, disponibles hacia los demás y obedientes; o en otras palabras, castos, caritativos y humildes. No olvidemos que la castidad es fruto de la continencia, la caridad de la disponibilidad, y la humildad de la obediencia. Y esa virtud hace que el alma se someta plenamente a Dios y viva segura a la sombra de sus alas.
Y el espíritu es ferviente si nuestra fe nos da la experiencia de un Dios infinitamente poderoso, sabio y bueno. Y creemos que su poder conforta nuestra debilidad, su sabiduría suple nuestra ignorancia, y su bondad disuelve nuestra maldad.
He aquí tres cosas que hacen admirable la muerte de los santos: su liberación de toda inquietud, el gozo de la nueva realidad y la certeza de la eternidad.
RESUMEN
Tres cosas hacen santo a un hombre:
1. La sobriedad de su vida. Exige ser castos, caritativos y humildes.
2. La rectitud de sus acciones: tanto por lo que hacemos en la vida como por el motivo de la muerte.
3. El fervor del espíritu: la experiencia de un Dios infinitamente poderoso, sabio y bueno que nos hace anhelar una nueva realidad y la certeza de la eternidad.
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